viernes, 20 de mayo de 2011

CUENTO

Los sueños de Pam



Comenzaré diciendo que soy lo que soy: un escritor. Podríamos agregarle también, un escritor mediocre. Me justificaría diciendo que esto se debe, simplemente, a que el género literario que abarco quedó en desuso, aunque puede ser que sólo sea que mis historias son un bodrio.
Soy escritor porque es lo único que sé hacer. En general, la gente me cae bastante pesada y me cuesta mucho entablar relaciones sociales, por lo que hace un tiempo decidí mudarme a una casita en el campo, con mi esposa.
No me ruboriza ni me avergüenza decir que me casé con ella hace cinco años y jamás la amé. Es simpática y cocina delicioso, pero lo único que me une a ella es su condición de soñadora. Cuando la conocí, le pedí que haciera la prueba conmigo y el resultado fue bestial. A las dos semanas de soñar juntos, ya había largado “Pasadizos interminables”, mi segunda novela corta, la más vendida. Luego de “Innato”, mi primer libro, los críticos tuvieron que morderse la lengua ante lo que fue el éxito de la segunda. Y, bueno, fue gracias a la manito que me dio Pam.
Basta que te tome de las manos, cuando el adormecimiento ya se hace constante y se cae en lo profundo del sueño, para que ella pueda inmiscuirse despacito y susurrante, y dentro de tu propio sueño genere una historia, o una pintura, o una poesía, o una idea. Ella lo logra sin esfuerzo, porque ni siquiera lo hace conciente. Luego, cuando lo que uno busca ya está más o menos formado, te despierta suavemente, y en medio de esa duermevela escribes o pintas o compones o lo que fuera.
Tengo entendido que las soñadoras nunca recuerdan lo que soñaron, pero sí pueden decirte cuánto de auténtico resultará todo. Es como si de la mano del sueño viniera una especie de predicción, de antelación del resultado.
Nunca hablamos mucho con Pam, ella tiene sus propios intereses y pasatiempos, como componer rimas a todos los niños que nacen por aquí cerca, o tallar corazones en las piedras, o colgar guirnaldas en los árboles del bosque. Nada de otro mundo, y a mí no me molesta, mientras me deje escribir.
Pero hace un tiempo, Pam no me está dejando escribir. Es decir, se rehúsa cada vez más seguido a ser mi soñadora. Le pregunté el motivo y me respondió que luego termina con una jaqueca de mil demonios, y que su resistencia no es la misma que la que tenía a los quince años. Me enfurecí como nunca, y le dije de todo, incluso mala mujer. Me miró con esos ojos grandes, aguados como día un de tormenta, y sin decirme nada se fue.
Recapacité luego, y busqué condescenderla para que su enojo se fuera y pudiera volver a ser mi soñadora. Le compré un bilibrambo, una especie de animal mitad perro mitad zorro, que se consiguen muy poco, incluso hay gente que jamás los sintió nombrar, pero los contactos de un escritor realmente son eficientes.
El caso es que el bilibrambo se murió a los tres días. Me explicaron que responde a un solo dueño, que es el mismo animal quien elije a su amo, a su amigo, y cuando lo separan se queda quietito en algún lugar, llamándolo por su nombre casi como hablando, hasta que muere de tristeza. ¡Un dineral me costó, y para nada!
Hace tres semanas que estoy volviéndome loco. No puedo avanzar en la novela, cada día pierde más su rumbo. Estoy atascado, sin personajes y sin vislumbrar algún final.
Pam sigue dando vueltas por ahí, como en una burbuja de idiotez, mirando el cielo con ojos de perro ciego, o dibujando trivialidades en las piedras. Mi tono energético, que antes tanto respeto le merecía, ahora le es indiferente. Siempre es la misma escena, le grito, le pido ayuda, y ella con esos ojos que detesto, me mira, me mira, me mira.
Voy a tomar una decisión. Voy a decirle que es la última vez que le pido que sea mi soñadora. La última; luego de eso, le juraré que seguiré solo. Voy a encontrar, cómo sea en ese sueño, la culminación de mi libro. Es un policial que se las traerá, lo sé. Será mi mayor éxito, una novela que se recordará por años. La apoteosis de las novelas.
Me dijo que sí. Ya me desnudé y me metí en la cama. Es de siesta, y afuera hay una llovizna ideal, suave y permanente. Seguro que la creó ella, a veces juega con el clima.
Debo decir que está preciosa. Nunca la miré con detenimiento como mujer, pero se acerca a la cama despacio, con un camisón blanco que creo que usó cuando nos casamos. Su pelo celeste con ondas le cubre los hombros. Y ahí están, cómo no, sus ojos de agua. Me miran y los esquivo. Cierro los míos, y ya puedo sentir sus firmes manos tomando las mías, induciéndome al sueño, como si fuera un laberinto largo, eterno.
Avanzo despacio, y hay mucha luz. Las cascadas de jugo de naranja estan de nuevo, como siempre que soñé. Ahí está el bilibrambo ¿qué demonios hace ahí? No quiero soñar con él, y además me mira mal. Camino un poco más, evitando los lápices que crecen en el césped. La última vez que anduve por aquí, no eran tan filosos.
Detrás de un árbol de algodón está ella. ¿Pam? En todos los sueños que soñé, nunca estuvo ella. No entiendo qué hace aquí, y con este paisaje que nada tiene que ver. ¡Es un policial, Pam!
Se acerca y no me sonríe.
Entonces noto el frío contacto de algo en mi mano. No recordaba haber traído nada, pero en ese instante lo comprendí. Entendí porqué se rehusaba, sus ojos de agua, el adiós que ahora me decía sin palabras, y que el final de mi historia, era matarla.
 
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Vuel Villa (1936), de Xul Solar

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