viernes, 1 de julio de 2011

CUENTO


Los prejuicios con la Oveja Negra

Gregorio García tenía una granja. De esas ni muy grandes ni muy chicas, pero sí bien cuidada, con las tejas color ladrillo y canteros con flores. Por el lado oeste lindaba con un estrecho río en donde, todas las mañanas recolectaba agua para el tanque y regaba sus plantas, su pequeña huerta y daba de beber a los animales. Con la buena astucia de un viejo amigo con el que los viernes solía sentarse a tomar un vino y mirar el cerro, Gregorio comenzó a vender la leche de las vacas y hacer visitas guiadas a los chicos de las escuelas, que ver un pato o un caballo de cerca era tan exótico como una pitón de siete metros.
–Niños de ciudad –solía decir por lo bajo, blanqueando los ojos bajo esas pobladas cejas, cuando las maestras ya los metían a todos en el Bus y volvían a su cómodas casas.
Pero, cascarrabias y todo, era muy listo para saber sonreír cuando los chicos le preguntaban inocentemente:
–¿Usted tiene Wifi aquí, Señor?
-No m´ijo, eso es para los niños listos como vos, no para un viejo bruto como yo.
Y por dentro se moría de ganas de que ya se vayan y poder quedarse en silencio, observando el vuelo de un ruiseñor y la aguda compañía de Alazán, su caballo.

Gregorio García tenía un corralito hacia el fondo donde tenía dos ovejas, un macho y una hembra. Hace poco le habían ofrecido comprarle lana, pero para eso debía tener un rebaño más grande, y desde entonces Gregorio no paró de intentar que la pareja de ovejas de apareen.
–¡Ya te voy a tirar una Playboy a vos, carnero mariquita! –le gritaba a la oveja macho, toda blanquísima, que lo miraba indiferente desde un costado del corral.

Hasta que una mañana de otoño, de esas ventosas que te vuelan hasta el alma, don Gregorio se despertó y, aunque era demasiado temprano, se vio con el notición: la oveja estaba preñada. Primero pegó un alarido de alegría, después se prendió un cigarro y destapó una sidra que le sobro del año nuevo. Festejó de lo lindo; por fin podría vender lana.
Al tiempo la oveja tuvo sus crías, y Gregorio entonces supo que no fue su macho, ese que lo miraba con cara de pocos amigos desde el corral, sino alguna otra oveja que pasó por ahí, y que sin dudas tenía que ser negra. Porque ahí estaba su gran premio: tres ovejitas blancas y una negra.
Como si la propia naturaleza tuviera prejuicios, la madre ovejuna limpió y amamantó a las tres ovejitas blancas, y la negrita ahí sola, discriminada incluso por el macho que la miraba con asco.
Con un poco de dificultad se puso en pie, y sorbió un poco de agua. Miró fijo a los ojos de Gregorio, como si quisiera recibir un saludo cordial de él, y luego sus enclenques patitas la derrumbaron de nuevo.
Pero era tozuda, y como toda oveja negra, rebelde. Así que unas semanas después, la señorita también andaba balando por ahí, solita, sin necesitar de nadie.

Hasta que se murió una vaca, tres patos y la oveja macho. Y se largó una tormenta de granizo que rompió varias tejas y destrozó las plantas. Y una plaga atacó la acelga y las remolachas. Y Gregorio comenzó a pensar que la Oveja Negra (así, con mayúsculas) era la culpable. Intentó abandonarla en las montañas varias veces, pero ella siempre volvía, como si aquello fuera una prueba que superaba orgullosamente. A ella siempre se la veía muy despreocupada, subiendo y bajando por las laderas, como quien disfruta del paisaje y ni tiene drama por nada, pero Gregorio la tenía entre cejas.
Transcurso pasaba el tiempo, Gregorio le adjudicaba todos sus problemas a la pobre Oveja Negra. Si no salía la lotería: era la oveja. Si la leche era poca: la negra. Si había sequía o inundación: la oveja, ésa, la negra.

Una noche especialmente lluviosa, cuando por fin despertó Gregorio, encontró que unas comadrejas le habían matado todas las gallinas, comido los huevos y hurtado los pollitos. Se sentó en el porche, y lloró amargamente. La Oveja Negra, que justo pasaba dando su paseo nocturno, pareció compadecerse a pesar del escaso amor que su dueño le proveía, y acercándose despacito, le tocó el brazo con el morro, balando.
–¡¡Fuera de aquí, oveja yeta!! –le gritó éste.
Y entonces la ultrajada oveja negra entendió. Y esa noche desapareció.
El día siguiente y las semanas que vinieron fueron un calvario para Gregorio. Todo le salía mal, y si algo le salía bien, él mismo lo boicoteaba porque suponía que se vendría algo peor. Encima no había a quien echarle la culpa.
Se sentía solo en su desgracia, sin un aliciente que le hiciera pensar que por lo menos la “mala pata” era responsabilidad de otro.
Así que un domingo temprano se decidió y salió en busca de la oveja negra. Avanzaba cansinamente; la llamó, le gritó, intentó con balidos, hasta que finalmente la halló bajo un arbolito, con esos ojos que parecían botones negros y los mismos rulitos negros de siempre.
Casi pareció que la oveja sonrió cuando lo vio. El se acercó y la levantó en su hombro y la llevó a casa.
Claro que Gregorio García esta convencidísimo de que la Oveja Negra sigue siendo la culpable de su mala suerte y de todo lo que no le sale bien, y ahí se lo oye diciendo por lo bajo “es esa oveja negra que siempre vuelve” o “usted no sabe lo que es lidiar con una oveja negra”,  y la pobre ovina lo mira, entendiendo infinitamente más de lo que sus dos ojitos de botones expresan, y calladita juega sola, como toda oveja que nace negra y desmerecida, pero rebelde, sabia y libre.

jueves, 16 de junio de 2011

POESÍA

CIUDAD SIN SUEÑO

(NOCTURNO DE BROOKLYN BRIDGE) 

-Federico García Lorca- 


 

No duerme nadie por el cielo. Nadie, nadie.
No duerme nadie.
Las criaturas de la luna huelen y rondan sus cabañas.
Vendrán las iguanas vivas a morder a los hombres que no sueñan
y el que huye con el corazón roto encontrará por las esquinas
al increíble cocodrilo quieto bajo la tierna protesta de los astros.
No duerme nadie por el mundo. Nadie, nadie.
No duerme nadie.
Hay un muerto en el cementerio más lejano
que se queja tres años
porque tiene un paisaje seco en la rodilla;
y el niño que enterraron esta mañana lloraba tanto
que hubo necesidad de llamar a los perros para que callase.
No es sueño la vida. ¡Alerta! ¡Alerta! ¡Alerta!
Nos caemos por las escaleras para comer la tierra húmeda
o subimos al filo de la nieve con el coro de las dalias muertas.
Pero no hay olvido, ni sueño:
carne viva. Los besos atan las bocas
en una maraña de venas recientes
y al que le duele su dolor le dolerá sin descanso
y al que teme la muerte la llevará sobre sus hombros.
Un día
los caballos vivirán en las tabernas
y las hormigas furiosas
atacarán los cielos amarillos que se refugian en los ojos de las vacas.
Otro día
veremos la resurrección de las mariposas disecadas
y aún andando por un paisaje de esponjas grises y barcos mudos
veremos brillar nuestro anillo y manar rosas de nuestra lengua.
¡Alerta! ¡Alerta! ¡Alerta!
A los que guardan todavía huellas de zarpa y aguacero,
a aquel muchacho que llora porque no sabe la invención del puente
o a aquel muerto que ya no tiene más que la cabeza y un zapato,
hay que llevarlos al muro donde iguanas y sierpes esperan,
donde espera la dentadura del oso,
donde espera la mano momificada del niño
y la piel del camello se eriza con un violento escalofrío azul.
No duerme nadie por el cielo. Nadie, nadie.
No duerme nadie.
Pero si alguien cierra los ojos,
¡azotadlo, hijos míos, azotadlo!
Haya un panorama de ojos abiertos
y amargas llagas encendidas.
No duerme nadie por el mundo. Nadie, nadie.
Ya lo he dicho.
No duerme nadie.
Pero si alguien tiene por la noche exceso de musgo en las sienes,
abrid los escotillones para que vea bajo la luna
las copas falsas, el veneno y la calavera de los teatros.

domingo, 5 de junio de 2011

CUENTO

La hipotética vida de la tía Estelvina



Afuera cae una lluvia del demonio, pero hace un buen par de meses que espero el 25 de Junio, y dado que por fin llegó, unos cuantos charcos de barro no me pueden detener. Hoy sale en el periódico mi tía Estelvina.
En realidad sale la foto de la tía Estelvina, porque todo lo escrito abajo, arriba y a los costados no tiene nada que ver con ella.
Me pareció una bonita forma de honrar el amor hacia eso que hacía, la esgrima. Son como espadachines, pero con unas espadas muy finitas.  Me contaron que es todo un arte, que hay movimientos casi etéreos y hasta posiciones de brazos y piernas.
Yo no tengo idea de donde salió esa vocación de la tía Estelvina, pero lo corrobora la única foto que quedó de ella. Encontramos la foto una tarde de diciembre cuando hacíamos limpieza general. Recuerdo cuando me subí al taburete y encontré esa caja roja, que en uno de sus lados, con letra pulcra y cursiva, tenía escrito: Fotos de la Familia.
Y como sucede siempre, comienza una curiosa excursión por la caja de fotos viejas. Amarillas, sepias, en blanco y negro. Confieso que la gran mayoría era de niños bebés que no podían mantener el cuello erguido aún. De más de esta decir que mi padre no tenía ni idea de quienes eran cada uno, “el ser humano de pequeño es exacto a cualquier ser humano”, decía.
A mi no me parecía tan así; hay bebés más gordos que otros, mas rubios o con más pelo. Otros son serios, o con ojos grandes. La cuestión es que si entre esas fotos de bebés estaba la tía Estelvina es un secreto jamás develado.
Ya estaba por largar la caja y volver a las tareas, cuando encontré dos fotos interesantes. La primera era de mi abuela con mi abuelo, a quienes no llegué a conocer. Estaban sentados dando un paseo en Sulki por Parque Centenario,  comiendo praliné de almendras.
Noté que los ojos de mi padre se humedecían, y como siempre fui reticente a los momentos sentimentales, arrojé la foto a la caja y me quede mirando la otra. En ella, una mujer muy joven, luciendo una falda negra y una especie de polera blanca, envainaba una espada muy delgada.
“Es tu tía Estelvina”, oí que me decía mi padre.
La atracción por esa mujer aguerrida que se atrevía a tomar una espada y practicar aquel juego en donde podía salir con la cara tajeada, fue inmediato.
Le pregunté a mi padre más de ella, quienes eran sus padre, porqué quiso aprender ese deporte, qué más le gustaba, pero no obtuve más respuesta que un par de datos vagos. La buena memoria nunca fue atributo de mi pobre padre, y recuerdo la frustración que me generaba no poder saber más de aquella extraordinaria mujer. Miraba y miraba la foto. Busqué dentro de la caja infinitud de veces, con la esperanza de que pudiera haber otra foto de ella o cualquier cosa que develara algo más de mi tía Estelvina. Pero todo fue en vano, hasta un mediodía en que vi llegar a mi padre del patio con una sonrisa en la cara.
“¡Me acordé algo más de tu tía! No es un dato maravilloso, pero recuerdo que murió joven, menos de treinta y cinco años”, me largó desde la cocina.
Y eso fue absolutamente todo lo que supe de ella. Con el tiempo la emoción por conocerla más se fue apagando. Conocí a Rogelio Santa Marina, me casé, y tuve tres hijos. A uno se lo llevó la polio, y los otros dos ahí andan. Hace un tiempito mi hijo puso un almacén polirubro en la parte delantera de mi casa; al comienzo le daba bien, pero después comenzó a decaer con la cantidad de supermercados que abren hoy en día. Cuando quiso cerrar el almacén, yo le dije que me lo diera a mí, que se lo compraba. No soy tan mayor, y todavía puedo desenvolverme con las compras y los clientes.
Así fue que un sábado a la siesta llegó aquel fulano a comprar una Coca-Cola. Si no tienes Coca-Cola en un almacén directamente cierra las puertas, porque pareciera ser la bebida mundial. Le dije que no tenía porque no vino el chico de la distribución, y luego de la típica cara de derrota, decidió comprar unas papas fritas y una soda. Yo estaba metiendo todo en una bolsa cuando me sorprendió preguntando: “¿Es usted la de esta foto?”
Me volteé y le aclaré que no, que era mi tía Estelvina.
Enseguida noté el fulgor en sus ojos. Se presentó como Facundo Díaz Rongero, y me contó que era periodista, que venía trabajando en un proyecto de una enciclopedia de deportes que saldría con el diario, y que estaba interesadísimo en comprarme la foto de la esgrimista.
Por supuesto le dije que no podía vendérsela, que era un recuerdo de familia, pero cuando me dijo que no mencionaría su nombre y que solo le interesaba la imagen, comenzó a conquistarme la idea.
“Quiero demostrar que desde comienzos de siglo las mujeres ya estaban incorporadas al arte de la esgrima. Sólo requiero la foto, agregaré una historia de fantasía que a la gente le guste.  Prometo no mencionar donde la conseguí ni nada de la vida de esta increíble dama”, dijo.
Entonces quedé seducida por la idea: tía Estelvina tendría su propia historia, aunque sea ficticia.
Ahora avanzo esquivando baldosas rotas y llego al puestito de Don León. Me pasa el 7° tomo de la enciclopedia y mi corazón de vieja sobrina galopa peligrosamente al ver en la portada a la tía Estelvina, envainando su espadachín, con su falda y medias negras, con su corte de pelo estilo post guerra. Grandes letras negras anuncian a “Una señorita que sabe esgrima… pero no es partidaria de los duelos”. Estoy maravillada con aquella frase y mis ojos avanzan por aquellas letras que comienzan a regalarme lo que tanto tiempo desee, una vida para mi tía Estelvina. 

miércoles, 25 de mayo de 2011

PROSA POETICA

Mujer



“El nombre de una mujer me delata; me duele una mujer en todo el cuerpo”, escribía Jorge Luis Borges, inmortalizando aquella frase que, quizás, fue un ligero esbozo de lo que representa el paso de algunas mujeres en la vida de algunos hombres.
Es sencillamente maravilloso presentir la esencia femenina en este mundo, tantas veces demasiado varonil. Encontrar sus destellos suaves escondidos en rinconcitos ideados a la perfección, como dulces alas que rescatarán más de una vida a su paso. Porque eso es una mujer, esa especie de hada terrenal que, en silencio, observa y comprende. Escucha, contempla, guarda recelosa aquel detalle que bien sabe que otro espera; no podría ser otra forma, ideada con tanta delicadeza para albergar en su vientre los niños por nacer, por venir, por crecer y, luego, por partir. Mujer que la vida te obligó a fuerza de lágrimas lo que significa resignar y desprender, dejar volar para, con suerte, algún día recibir nuevamente la brisa que vuelve, que regresa.
Hombre físico, mujer emocional, dicen. ¡Y cuántos adjetivos más te caben! Me enorgullece saberme de tu género, saberme guardiana de mis secretos más profundos que se aquietan sabios en mi interior. Porque tantas veces comprendí que el lenguaje de las palabras puede ser hermosamente remplazado por miradas, y que aún existen hombres que pueden descifrarlas, entenderlas y amarlas.
Te duele tanto el amor… desearía, mujer, que tu corazón no recibiera las heridas sin oponer resistencia, sin planear un escudo, sin entender estrategias de defensa. Y que tus lágrimas sean sólo para vos, en tu soledad, y no espejos de quien te olvida, te cambia, te deshecha como un objeto viejo.
Para tu sonrisa, mujer, juro que no hay edad. Esa que puede iluminar la noche más cerrada, la vida más triste. La que abraza, la que besa, la que acuna, la que despide. La que es sonrisa aunque quiera ser llanto. Entendiste que todo es un paso, una mirada eterna que detiene el tiempo por unos instantes para llamarse felicidad.
Y que en tu idea de que todos están antes que vos, tenés siempre la suficiente fuerza para fortalecerte sola, para ahogar el llanto en una tarde gris, para poder decir “voy a estar bien” cuando por dentro el alma es un aullido desesperado.
Mujer; madre, hermana, tía, amiga, abuela. Vecina, novia, profesora, madrina, esposa. Sos una, y sos todas.  

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Cuadro de Diego Rivera

viernes, 20 de mayo de 2011

RECUERDO


(Carta del Dr. René Favaloro/ julio 29-2000 - 14,30 horas)


               Si se lee mi carta de renuncia a la Cleveland Clinic , está claro que mi regreso a la Argentina (después de haber alcanzado un lugar destacado en la cirugía cardiovascular)se debió a mi eterno compromiso con mi patria. Nunca perdí mis raíces..
              Volví para trabajar en docencia, investigación y asistencia médica. La primera etapa en el Sanatorio Güemes, demostró que inmediatamente organizamos la residencia en cardiología y cirugía cardiovascular, además de cursos de post grado a todos los niveles.
               Le dimos importancia también a la investigación clínica en donde participaron la mayoría de los miembros de nuestro grupo. En lo asistencial exigimos de entrada un número de camas para los indigentes. Así, cientos de pacientes fueron operados sin cargo alguno. La mayoría de nuestros pacientes provenían de las obras sociales. El sanatorio tenía contrato con las más importantes de aquel entonces.
            
               La relación con el sanatorio fue muy clara: los honorarios, provinieran de donde provinieran, eran de nosotros; la internación, del sanatorio (sin duda la mayor tajada).
              
               Nosotros con los honorarios pagamos las residencias y las secretarias y nuestras entradas se distribuían entre los médicos proporcionalmente.
              
                             Nunca permití que se tocara un solo peso de los que no nos correspondía.
            
               A pesar de que los directores aseguraban que no había retornos, yo conocía que sí los había. De vez en cuando, a pedido de su director, saludaba a los sindicalistas de turno, que agradecían nuestro trabajo.

               Este era nuestro único contacto.
               A mediados de la década del 70, comenzamos a organizar la Fundación. Primero con la ayuda de la Sedra, creamos el departamento de investigación básica que tanta satisfacción nos ha dado y luego la construcción del Instituto de Cardiología y cirugía cardiovascular.
               Cuando entró en funciones, redacté los 10 mandamientos que debían sostenerse a rajatabla, basados en el lineamiento ético que siempre me ha acompañado.
                La calidad de nuestro trabajo, basado en la tecnología incorporada más la tarea de los profesionales seleccionados hizo que no nos faltara trabajo, pero debimos luchar continuamente con la corrupción imperante en la medicina (parte de la tremenda corrupción que ha contaminado a nuestro país en todos los niveles sin límites de ninguna naturaleza). Nos hemos negado sistemáticamente a quebrar
los lineamientos éticos, como consecuencia, jamás dimos un solo peso de retorno. Así, obras sociales de envergadura no mandaron ni mandan sus pacientes al Instituto.
              
                 ¡Lo que tendría que narrar de las innumerables entrevistas con los sindicalistas de turno!
              
                  Manga de corruptos que viven a costa de los obreros y coimean fundamentalmente con el dinero de las obras sociales que corresponde a la atención médica.
              
                  Lo mismo ocurre con el PAMI. Esto lo pueden certificar los médicos de mi país que para sobrevivir deben aceptar participar del sistema implementado a lo largo y ancho de todo el país.

                 Valga un solo ejemplo: el PAMI tiene una vieja deuda con nosotros (creo desde el año 94 o 95) de 1.900.000 pesos; la hubiéramos cobrado en 48 horas si hubiéramos aceptado los retornos que se nos pedían (como es lógico no a mí directamente).

                  Si hubiéramos aceptado las condiciones imperantes por la corrupción del sistema (que se ha ido incrementando en estos últimos años) deberíamos tener 100 camas más. No daríamos abasto para atender toda la demanda.
   
                  El que quiera negar que todo esto es cierto que acepte que rija en la Argentina, el principio fundamental de la libre elección del médico, que terminaría con los acomodados de turno.
      
                  Lo mismo ocurre con los pacientes privados (incluyendo los de la medicina prepaga) el médico que envía a estos pacientes  por el famoso ana-ana , sabe, espera, recibir una jugosa participación del cirujano.
         
                  Hace muchísimos años debo escuchar aquello de que Favaloro no opera más! ¿De dónde proviene este infundio?. Muy simple: el pacientes es estudiado. Conclusión, su cardiólogo le dice que debe ser operado. El paciente acepta y expresa sus deseos de que yo lo opere. 'Pero cómo, usted no sabe que Favaloro no opera hace tiempo?'. 'Yo le voy a recomendar un cirujano de real valor, no se preocupe'. 
            
                  El cirujano 'de real valor' además de su capacidad profesional retornará al cardiólogo mandante un 50% de los honorarios!
              
                   Varios de esos pacientes han venido a mi consulta no obstante las 'indicaciones' de su cardiólogo. '¿Doctor, usted sigue operando?' y una vez más debo explicar que sí, que lo sigo haciendo con el mismo entusiasmo y responsabilidad de siempre.
                    Muchos de estos cardiólogos, son de prestigio nacional e internacional.
Concurren a los Congresos del American College o de la American Heart y entonces sí, allí me brindan toda clase de felicitaciones y abrazos cada vez que debo exponer alguna 'lecture' de significación. Así ocurrió cuando la de Paul D. White lecture en Dallas, decenas de cardiólogos argentinos me abrazaron, algunos con lágrimas en los ojos.
                     Pero aquí, vuelven a insertarse en el 'sistema' y el dinero es lo que más les interesa.
           
                      La corrupción ha alcanzado niveles que nunca pensé presenciar. Instituciones de prestigio comoel Instituto Cardiovascular Buenos Aires, con excelentes profesionales médicos, envían empleados bien entrenados que visitan a los médicos cardiólogos en sus consultorios. Allí les explican en detalles los mecanismos del retorno y los porcentajes que recibirán no solamente por la cirugía, los métodos de diagnóstico no invasivo (Holter eco, camara y etc, etc.) los cateterismos, las angioplastias, etc. etc., están incluidos..
              
                       No es la única institución. Médicos de la Fundación me han mostrado las hojas que les dejan con todo muy bien explicado. Llegado el caso, una vez el paciente operado, el mismo personal entrenado, visitará nuevamente al cardiólogo, explicará en detalle 'la operación económica' y entregará el sobre correspondiente!.
                       
                       La situación actual de la Fundación es desesperante, millones de pesos a cobrar de tarea realizada, incluyendo pacientes de alto riesgo que no podemos rechazar. Es fácil decir 'no hay camas disponibles'.
              
                Nuestro juramento médico lo impide.
              
                Estos pacientes demandan un alto costo raramente reconocido por las obras sociales. A ello se agregan deudas por todos lados, las que corresponden a la construcción y equipamiento del ICYCC, los proveedores, la DGI, los bancos, los médicos con atrasos de varios meses.. Todos nuestros proyectos tambalean y cada vez más todo se complica.

               En Estados Unidos, las grandes instituciones médicas, pueden realizar su tarea asistencial, la docencia y la investigación por las donaciones que reciben.

               Las cinco facultades médicas más trascendentes reciben más de 100 millones de dólares cada una! Aquí, ni soñando.
               Realicé gestiones en el BID que nos ayudó en la etapa inicial y luego publicitó en varias de sus publicaciones a nuestro instituto como uno de sus logros!. Envié cuatro cartas a Enrique Iglesias, solicitando ayuda (¡tiran tanto dinero por la borda en esta Latinoamérica!) todavía estoy esperando alguna respuesta. Maneja miles de millones de dólares, pero para una institución que ha entrenado centenares de médicos desparramados por nuestro país y toda Latinoamérica, no hay respuesta.
               ¿Cómo se mide el valor social de nuestra tarea docente?
               Es indudable que ser honesto, en esta sociedad corrupta tiene su precio. A la corta o a la larga te lo hacen pagar.
 
               La mayoría del tiempo me siento solo. En aquella carta de renuncia a la C. Clinic , le decía al Dr. Effen que sabía de antemano que iba a tener que luchar y le recordaba que Don Quijote era español!
               Sin duda la lucha ha sido muy desigual.
               El proyecto de la Fundación tambalea y empieza a resquebrajarse.
               Hemos tenido varias reuniones, mis colaboradores más cercanos, algunos de ellos compañeros de lucha desde nuestro recordado Colegio Nacional de La Plata, me aconsejan que para salvar a la Fundación debemos incorporarnos al ´sistema'.
              
               Sí al retorno, sí al ana-ana.
              
                'Pondremos gente a organizar todo'. Hay 'especialistas' que saben como hacerlo. 'Debes dar un paso al costado. Aclararemos que vos no sabes nada, que no estás enterado'. 'Debes comprenderlo si querés salvar a la Fundación'
         
                ¡Quién va a creer que yo no estoy enterado!
           
                En este momento y a esta edad terminar con los principios éticos que recibí de mis padres, mis maestros y profesores me resulta extremadamente difícil. No puedo cambiar, prefiero desaparecer.
             
                 Joaquín V. González, escribió la lección de optimismo que se nos entregaba al recibirnos: 'a mí no me ha derrotado nadie'.
                 Yo no puedo decir lo mismo. A mí me ha derrotado esta sociedad corrupta que todo lo controla. Estoy cansado de recibir homenajes y elogios al nivel internacional. Hace pocos días fui incluido en el grupo selecto de las leyendas del milenio en cirugía cardiovascular. 
             
                  El año pasado debí participar en varios países desde Suecia a la India escuchando siempre lo mismo.
               '¡La leyenda, la leyenda!'
 
               Quizá el pecado capital que he cometido, aquí en mi país, fue expresar siempre en voz alta mis sentimientos, mis críticas, insisto, en esta sociedad del privilegio, donde unos pocos gozan hasta el hartazgo, mientras la mayoría vive en la miseria y la desesperación. Todo esto no se perdona, por el contrario se castiga.
              
               Me consuela el haber atendido a mis pacientes sin distinción de ninguna naturaleza. Mis colaboradores saben de mi inclinación por los pobres, que viene de mis lejanos años en Jacinto Arauz.
              
               Estoy cansado de luchar y luchar,  galopando contra el viento como decía Don Ata.
              
               No puedo cambiar.
               No ha sido una decisión fácil pero sí meditada.
               No se hable de debilidad o valentía.
                
               El cirujano vive con la muerte, es su compañera inseparable, con ella me voy de la mano.
              
                Sólo espero no se haga de este acto una comedia. Al periodismo le pido que tenga un poco de piedad.
              
                Estoy tranquilo. Alguna vez en un acto académico en USA se me presentó como a un hombre bueno que sigue siendo un médico rural. Perdónenme, pero creo, es cierto. Espero que me recuerden así.
              
                 En estos días he mandado cartas desesperadas a entidades nacionales, provinciales, empresarios, sin recibir respuesta.
              
                 En la Fundación ha comenzado a actuar un comité de crisis con asesoramiento externo. Ayer empezaron a producirse las primeras cesantías. Algunos, pocos, han sido colaboradores fieles y dedicados. El lunes no podría dar la cara.
              
                  A mi familia en particular a mis queridos sobrinos, a mis colaboradores, a mis amigos, recuerden que llegué a los 77 años. No aflojen, tienen la obligación de seguir luchando por lo menos hasta alcanzar la misma edad, que no es poco.
              
                  Una vez más reitero la obligación de cremarme inmediatamente sin perder tiempo y tirar mis cenizas en los montes cercanos a Jacinto Arauz, allá en La Pampa.
                  Queda terminantemente prohibido realizar ceremonias religiosas o civiles.
                  
                  Un abrazo a todos
                 
René Favaloro

CUENTO

Los sueños de Pam



Comenzaré diciendo que soy lo que soy: un escritor. Podríamos agregarle también, un escritor mediocre. Me justificaría diciendo que esto se debe, simplemente, a que el género literario que abarco quedó en desuso, aunque puede ser que sólo sea que mis historias son un bodrio.
Soy escritor porque es lo único que sé hacer. En general, la gente me cae bastante pesada y me cuesta mucho entablar relaciones sociales, por lo que hace un tiempo decidí mudarme a una casita en el campo, con mi esposa.
No me ruboriza ni me avergüenza decir que me casé con ella hace cinco años y jamás la amé. Es simpática y cocina delicioso, pero lo único que me une a ella es su condición de soñadora. Cuando la conocí, le pedí que haciera la prueba conmigo y el resultado fue bestial. A las dos semanas de soñar juntos, ya había largado “Pasadizos interminables”, mi segunda novela corta, la más vendida. Luego de “Innato”, mi primer libro, los críticos tuvieron que morderse la lengua ante lo que fue el éxito de la segunda. Y, bueno, fue gracias a la manito que me dio Pam.
Basta que te tome de las manos, cuando el adormecimiento ya se hace constante y se cae en lo profundo del sueño, para que ella pueda inmiscuirse despacito y susurrante, y dentro de tu propio sueño genere una historia, o una pintura, o una poesía, o una idea. Ella lo logra sin esfuerzo, porque ni siquiera lo hace conciente. Luego, cuando lo que uno busca ya está más o menos formado, te despierta suavemente, y en medio de esa duermevela escribes o pintas o compones o lo que fuera.
Tengo entendido que las soñadoras nunca recuerdan lo que soñaron, pero sí pueden decirte cuánto de auténtico resultará todo. Es como si de la mano del sueño viniera una especie de predicción, de antelación del resultado.
Nunca hablamos mucho con Pam, ella tiene sus propios intereses y pasatiempos, como componer rimas a todos los niños que nacen por aquí cerca, o tallar corazones en las piedras, o colgar guirnaldas en los árboles del bosque. Nada de otro mundo, y a mí no me molesta, mientras me deje escribir.
Pero hace un tiempo, Pam no me está dejando escribir. Es decir, se rehúsa cada vez más seguido a ser mi soñadora. Le pregunté el motivo y me respondió que luego termina con una jaqueca de mil demonios, y que su resistencia no es la misma que la que tenía a los quince años. Me enfurecí como nunca, y le dije de todo, incluso mala mujer. Me miró con esos ojos grandes, aguados como día un de tormenta, y sin decirme nada se fue.
Recapacité luego, y busqué condescenderla para que su enojo se fuera y pudiera volver a ser mi soñadora. Le compré un bilibrambo, una especie de animal mitad perro mitad zorro, que se consiguen muy poco, incluso hay gente que jamás los sintió nombrar, pero los contactos de un escritor realmente son eficientes.
El caso es que el bilibrambo se murió a los tres días. Me explicaron que responde a un solo dueño, que es el mismo animal quien elije a su amo, a su amigo, y cuando lo separan se queda quietito en algún lugar, llamándolo por su nombre casi como hablando, hasta que muere de tristeza. ¡Un dineral me costó, y para nada!
Hace tres semanas que estoy volviéndome loco. No puedo avanzar en la novela, cada día pierde más su rumbo. Estoy atascado, sin personajes y sin vislumbrar algún final.
Pam sigue dando vueltas por ahí, como en una burbuja de idiotez, mirando el cielo con ojos de perro ciego, o dibujando trivialidades en las piedras. Mi tono energético, que antes tanto respeto le merecía, ahora le es indiferente. Siempre es la misma escena, le grito, le pido ayuda, y ella con esos ojos que detesto, me mira, me mira, me mira.
Voy a tomar una decisión. Voy a decirle que es la última vez que le pido que sea mi soñadora. La última; luego de eso, le juraré que seguiré solo. Voy a encontrar, cómo sea en ese sueño, la culminación de mi libro. Es un policial que se las traerá, lo sé. Será mi mayor éxito, una novela que se recordará por años. La apoteosis de las novelas.
Me dijo que sí. Ya me desnudé y me metí en la cama. Es de siesta, y afuera hay una llovizna ideal, suave y permanente. Seguro que la creó ella, a veces juega con el clima.
Debo decir que está preciosa. Nunca la miré con detenimiento como mujer, pero se acerca a la cama despacio, con un camisón blanco que creo que usó cuando nos casamos. Su pelo celeste con ondas le cubre los hombros. Y ahí están, cómo no, sus ojos de agua. Me miran y los esquivo. Cierro los míos, y ya puedo sentir sus firmes manos tomando las mías, induciéndome al sueño, como si fuera un laberinto largo, eterno.
Avanzo despacio, y hay mucha luz. Las cascadas de jugo de naranja estan de nuevo, como siempre que soñé. Ahí está el bilibrambo ¿qué demonios hace ahí? No quiero soñar con él, y además me mira mal. Camino un poco más, evitando los lápices que crecen en el césped. La última vez que anduve por aquí, no eran tan filosos.
Detrás de un árbol de algodón está ella. ¿Pam? En todos los sueños que soñé, nunca estuvo ella. No entiendo qué hace aquí, y con este paisaje que nada tiene que ver. ¡Es un policial, Pam!
Se acerca y no me sonríe.
Entonces noto el frío contacto de algo en mi mano. No recordaba haber traído nada, pero en ese instante lo comprendí. Entendí porqué se rehusaba, sus ojos de agua, el adiós que ahora me decía sin palabras, y que el final de mi historia, era matarla.
 
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Vuel Villa (1936), de Xul Solar

martes, 17 de mayo de 2011

CUENTO

Secuencia paisajística de un amor perdido 




–Ella siempre decía que le gustaba el mar, pero no cuando el viento sopla tan fuerte que la arena se mete en los ojos. También hablaba con gatos de la calle, aprendía los nombres de los árboles del parque y ensayaba la comida que les haría a sus hijos. Para qué le voy a contar cuando los sábados ponía música y limpiaba la casa silbando, tarareando. Se me acercaba danzante, con ese cabello negro sedoso, mientras yo leía un libro o usaba la computadora, y me decía que era hermoso, que le gustaban mis entradas en la frente, y ¿la verdad? A veces le creía.

El otro escuchaba. Y la orilla del río, de repente, se llenaba de flores silvestres de todos los colores. Había lilas, amarillas, anaranjadas y fucsias. Y las hojas, verdísimas. El agua cristalina reflejaba la pureza de un cielo celeste, sin una sola nube, mientras los pájaros en los árboles piaban sus melodías, casi pidiéndole que siga, que cuente más de ella. El aroma a bosque, a pino para ser más exactos, exacerbaba los sentidos, la piel y el alma. El paisaje era rosado, con matices magentas y rojos; un atardecer casi pintado al óleo, donde las plantas y las rocas tomaban las forma de versos, esa mimetización poética que todo lo trasforma.
–Cuando se vino a vivir conmigo, me sorprendió ver con qué pocas cosas se mudaba. Claro, antes que nada, estaban sus plantitas. Entonces a los días empezó con dos petunias amarillas; después, el ficus; al mes la enredadera colgando del balcón. No sé en qué momento el departamento era más de ella que mío. Todos mis libros terminaron relegados a un rincón, y las cortinas mutaron de un cuadrillé a flores brasileras, al igual que el mantel y los almohadones, y con ellos, mi humor. Se iba, se iba, se iba, y no podía volver a hallarlo. Al principio me quedaba callado, tratando de no discutir, pero cada flor que veía, o cada planta nueva que llegaba, me generaba tal irritación que no le hablaba por días. De alguna extraña manera, me molestaba su felicidad.

El otro seguía su relato, atento. En el cielo, unos nubarrones grises tapaban la luz, volviendo el paisaje agreste, penumbroso y húmedo. Un viento frío y fuerte movía las copas de los árboles, que se bamboleaban peligrosos e indefensos. Una espesa neblina surcaba todo el río, que ahora se agitaba por las ráfagas, creando ondas profundas que terminaban perdiéndose en la orilla. Las suaves brisas pronto se convirtieron en vendavales, volando todo a su paso, quitando los colores, los perfumes, los sonidos y la calma.
–Yo no quería herirla, pero cada vez lo hacía con más frecuencia. Ella me miraba, como queriendo creer que aquello era una broma, pero en esos momentos sentía ganas de hacerle mal, de que sufra por no ver las cosas como yo las veía. El tema es que tampoco sabía como veía yo mismo las cosas. Todo era una nube de confusión, en donde mi paciencia estaba prófuga y mi intolerancia brotaba ante cualquier tema. Los almohadones o el mantel, o la petunia o la cortina. Buscaba motivos para no estar con ella; volvía tarde del trabajo o leía todo el tiempo. Ella me buscaba en la cama, pero tampoco la deseaba. Las discusiones eran cada vez más fuertes, y lo peor venía cuando ella quería que nos reconciliemos. Me fastidiaba verla y saberla así, como siempre soñé una mujer.

El otro sufría con la historia, mientras en el cielo los relámpagos iluminaban las nubes repletas de agua. El viento arremolinaba hojas secas, parte de plantas, agua y hasta pequeñas piedras. El paisaje parecía un infierno. La tormenta se largo junto con el estruendo de un trueno que parecía cortar el cielo en dos. El río estaba escandaloso como nunca. Cortas olas se alzaban montadas por las ráfagas, estrellándose y muriendo en la orilla barrosa. Negro, luego un fulgor blanco de un relámpago, el amarrillo anaranjado de un rayo, grises del manto de lluvia. El paisaje furioso, con guiños de dolor, con vientos de llantos, con heridas que costaría borrar.
–Y fue una tarde de domingo; un domingo de otoño, recuerdo. Cuando quise ir por un café, el impacto fue inmediato y total: ni una planta, ni el mantel, ni las cortinas. Los almohadones sin fundas, la sala vacía, apagada. Se había ido. Recuerdo que la desesperación fue instantánea; ni por un momento sentí alivio ni algo que se le parezca. Nunca más volvió, nunca más la volví a buscar. La extraño cada día de mi vida, cuando miro esa casa sin vida, hueca, insulsa. No puedo decir siquiera que me arrepiento, no puedo comprender porqué actuaba así. Pienso dónde estará, si con algún otro, o sola; si quizás otra cosa ahora se viste con flores brasileras y con plantas de colores. La imagino, a veces, cuando silbaba sin ritmo alguna canción, o cuando me besaba la nariz. Pero a las únicas dos conclusiones que pude llegar son que algunas personas boicoteamos la única posibilidad de ser felices que se nos presenta y, la más clara de todas, la que supe el primer día que la conocí: que ella sería mi desequilibrio y el amor de mi vida.

Ahora, el otro, ya no lo miraba. Sus ojos se fundían en el color ámbar de la tarde, en el reflejo de los árboles sobre el río. El cielo se fundían en ese mágico degradé de dorados, por partes más intenso, por partes más brillante. Los pájaros ya no cantaban ni las flores perfumaban el aire ni los árboles rebosaban de salud. Una brisa triste revoloteaba por momentos, casi queriéndoles avisar a las hojas secas que reposaban en el suelo que debían volar lejos.
Ambos hombres permanecían en silencio. Ella se había ido. Los dos sabían que no volvería más y que se llevó con ella los colores de ese paisaje, ahora nostálgico, tan ocre, tan lejano, tan sepia.